Y me descubrí fotografiando por vez 8 los huevos
revueltos con merken que me hizo al desayuno para subir a Instagram el sábado
después de la noche joven y alocada en Las Tejas, noche de la cual obviamente
hubo una gran publicación en Facebook del tipo “Noche adolescente” y su
respectivo emoticón de copas y corazones…
Es que la cosa es así, buscamos mostrarle al
mundo que estamos saliendo con alguien y a ese alguien le exigimos que pase sus
noches con nosotros cuando le extrañamos
y no tenemos otro panorama, queremos gritar que estamos felices para que
todos nos llenen de likes y dejen comentarios buena onda, de esos que dicen “que linda pareja hacen”. Creamos
publicaciones perfectas hechas para hashtags perfectos como #estamosfelices
#juntitosalfin #parejaperfecta. Precisamos de alguien con quien quejarnos de la
pega, pero no estamos dispuestos a escuchar las quejas del otro, nos alteramos
si por la mañana no hay un mensaje de buenos días, pero nosotros mismos no
somos capaces de hacer de “nuestros” días algo esperanzador. Nos hemos vuelto
esos personajes que tanto criticábamos, nos hemos convertido en los “no
ando buscando nada serio”.
Usamos catálogos humanos como Happn, Tinder o
Grinder eligiendo según nuestros propios parámetros de “perfección” a nuestra “alma
gemela”, y esta puede variar según el paso de las semanas; si el mes pasado
lo perfecto eran las barbas y las panzas, hoy son los oblicuos y el pelo a lo
milico, hacemos “el pedido” con un
solo like y al cabo de un par de frases en las que nos enteramos en qué
trabaja, si tiene hijos o no y qué buscan en la app terminamos coordinando por
Whatsapp esa primera cita que decidirá todo porque sólo nos basta un par de
minutos para saber si queremos seguir adelante, y muchas veces aunque todo
marche viento en popa y logramos llegar al minuto del beso, si este no nos
gustó entonces ADIOS, no hay más
cita y volvemos al catálogo. Porque nos hemos convertido en jueces de concursos
de belleza, inteligencia y entretención, no siendo muchas veces capaces de
reconocer nuestras propias falencias,
las que nos convierten en un producto muy engañoso. Nos esmeramos en publicar
nuestras mejores fotos, las que no muestren canas, rollos ni la cara de dopada
después del ravotril del medio día, arreglamos más que nuestros propios
curriculums nuestros perfiles en las paginas de citas y algunos osamos el decir
en la descripción nuestros “defectos”
más terribles acompañados de un “si te
gusta bien o si no siga de largo”.
A la semana estamos hablando de nuestra
posición preferida en la cama, pasamos de la selfie a la cuerpo entero y al
cabo de dos semanas ya estamos despertando juntos, nos juntamos a pasar el
rato, vamos a comer a su casa, pero no queremos que conozca a nuestros amigos,
tampoco que nuestra familia se entere que estamos “conociendo” a un “nuevo
amor”, es que queremos pasarnos las noches eternas de sexo desenfrenado,
tomar el desayuno juntos, preparar el almuerzo del domingo (fotografiarlo para
Instagram) y todo eso, pero no nos atrevemos a contar allá afuera que estamos
en “algo serio”, tampoco acá adentro,
porque “no busco nada serio”, “no estoy
preparadx” o “no tengo tiempo”.
Nuestra comunicación generalmente son envío
de mensajes en los que se pregunta siempre lo mismo y en los que contamos
siempre lo mismo, nada que sea profundo, evitamos los contactos reales, y la próxima
vez que planeamos vernos quedamos de ir al bar de moda, al concierto de nuestro
secreto grupo favorito o al cine, siempre será un panorama que nos obligue a
hablar de lo que hicimos durante toda la semana, sin ahondar en que hoy se
murió mi gato y tengo en verdad mucha pena o que su hijo está teniendo
problemas de bullying en la escuela, porque esos temas dejarían al descubierto
que tenemos problemas “reales” y que
necesitamos con urgencia apoyarnos en alguien, pero el costo de ese apoyo es el
perder nuestro estado de “disponible”,
el perder seguir probando de cita en cita, el llorar cuando todo terminó. Nos
esforzamos por mostrarnos fuertes emocionalmente, luchamos para ser el más
indiferente y con el paso del tiempo ya no mensajeamos, esperamos a que el otro
lo haga porque “debe buscarme”, sólo
si nuestra sed animal nos mata por sexo volvemos a escribirle, o si este sábado
no tenemos quien nos acompañe al aniversario de nuestro grupo cumbieron,
rockero o rapero favorito.
Queremos vernos ante todos felices y con una
fachada de plástico exitosa, pero no somos capaces de pagar el costo que esto
trae, evitamos miradas intensas a los ojos, pero sí reclamamos abrazos luego
del sexo… sexo, así le llamamos, jamás “hacer el amor”, aunque estemos muriendo
de ganas por sentirnos amados, aunque con esa penetración también estés
penetrando el alma del otro o con esa apertura de piernas también abriendo el corazón.
Una vez alguien me gritó mientras me culeaba “te quiero culear, te quiero
culear siempre, yo no quiero hacerte el amor” y creo que ha sido lo más
sincero y doloroso que en mi vida me han gritado, más doloroso que el susurro
de ese vecino de 45 años cuando yo tenía 12 que decía “te chuparía completa”.
Hablamos de cosas profundas como la
situación del país, el maltrato animal, la creación de la galaxia y todo eso,
pero jamás somos profundos con nosotros, nos ponemos serios para todo, menos
para lo que realmente el otro necesita. Exigimos que sean serios con nosotros,
que seamos los únicos, pero no estamos ni ahí con desinstalar Badoo porque “uno nunca sabe”…
Podemos hacer daño con nuestras decisiones y
poca empatía al otro, romperle el corazón a alguien cuando nos pide “intentarlo” con un rotundo “estamos en distintas paradas y adoro mi
soltería”, no dejamos que nadie
entre en nuestro preciado rincón de la libertad porque tememos que lo llene de
momentos gratos y duraderos, nos acostumbre y luego se vaya y tengamos que
vivir ese “abandono”, porque además
de no querer tener una relación “con
nombre” también nos quejamos y le tememos a la soledad, y no la asumimos, y
no soportamos quedarnos un fds solo en casa, debemos salir y reírnos, gritar eufóricos
y bailar como si nada pasara, así nada duele.
Posteamos en nuestros
estados de Facebook frases profundas sobre el amor, pero somos incapaces de
vivirlo. No queremos un pololo ni una polola, queremos a alguien con quien
acostarnos, ver Malcom el sábado por la mañana al desayuno mientras pasamos la
caña y alguien que nos ponga una mantita cuando tenemos frío, pero no estamos
ni ahí con ser “esa mantita” para
otro. Queremos vivir todo lo que tiene una relación, pero no somos capaces de
pagar el precio y el esfuerzo que esto conlleva.
Cuando nuestros
cercanos nos preguntan como va nuestra nueva/vieja historia decimos “lo estamos tomando con calma”, “hay que ver
que pasa”, “sólo estamos saliendo, no es nada importante”, porque no
queremos tomar ese duro trabajo que es el mantenernos con luz y oscuridad junto
a otra persona. Nos acomodó tanto hacer nada por el otro que ahora también nos
está acomodando hacer nada por nosotros mismo.
Subamos una foto
juntos sonriendo, vamos una semana de vacaciones, almorcemos con sus viejos el
sábado, pero jamás de los jamases digamos que “estamos juntos en esto”. Tú te subes a tu auto y esto ya no
existe, yo me pongo los audífonos y ya no existes, mis amigos tienen un carrete
hoy y ya ni me acuerdo de ti. Esto parece una relación, pero no le damos nombre
y cuando las conversaciones o los hechos nos acercan un poco a la formalidad
nos ponemos nuestras Nike Running y apretamos cuea, bloqueamos, borramos y si
somos más choros aún decimos “no quiero
tener una relación así que esta es la última vez”.
Usamos catálogos de humanos
para encontrar a alguien que calce con nuestro genio de mierda como si se
tratara de una polera, pero no somos capaces de ser “esa polera”. No estamos dispuestos a contarle al otro cuales han
sido nuestros días más felices, los que recordaremos minutos antes de morir, no
le contamos al otro que la hemos pasado como las hueas y por eso tememos volver
a abrirnos, simplemente nos hemos cerrado y hemos prometido nunca más confiar
en esa historia que nos vendieron sobre vivir acompañados porque es realmente
una mierda que te angustia y luego se acaba dejándote con sabor amargo. Los
filtros de Instagram los trajimos a la vida real y se los hemos puesto a
nuestras relaciones con el otro, nos editamos en cada conversación y buscamos
que cada momento juntos sólo sea un capitulo divertido de Friends.
Me he descubierto un
par de veces exigiendo un “buen amor”,
así como se exige una pega que de más
lucas o educación gratuita y de calidad, así como si fuese un derecho el que
alguien me quiera con todas estas armaduras que me he puesto, y mis amigos se
quejan de lo mismo en muchas de nuestras juntas a tomar el té. Queremos
mostrarle a todos lo exitosos e independientes que somos, lo autónomos que nos
hemos vuelto, lo divertido que es estar soltero, pero en realidad estamos
necesitando más que nunca a ese otro que “nos
de el aguante”, “nos haga la segunda” o nos eche porras”, necesitamos
observar la vida del otro y sentir que hay más gente como nosotros, más gente
que no necesariamente son nuestro grupito de amigos de siempre.
Y sí, puede que todo
esto que escribo hoy lo niegue mañana, puede que que yo no sea tan de ese tipo
de personas que “no quiere una relación”,
puede que la última vez que alguien me dijo “disfruto
mi soltería y ya no quiero verte más” me marcó un par de semanas (sobre
todo después de que hizo match en Tinder con mi mejor amiga), y por eso
escribo. Pero puede también que hoy después de almorzar con mi mejor amigo me
haya dado cuenta que mi generación, la de #lostreinta se ha convertido en la
generación de los que #secagandemiedoenunarelación …
1 comentarios:
Ufff...
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