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Rojo Eterno


Soy de la generación que se volvía loca con el ronquido de voz que tiene Claudio Valenzuela, el vocalista de Lucybell, debo empezar contando esto o de lo contrario no puedo ordenar mis ideas, ideas que se mezclan con la lujuria y el sudor que siento en esta calurosa tarde de enero cuando el termómetro marca los casi 37°C a la sombra... Estoy en la oficina sentada bajo el aire acondicionado y mi cuerpo no asimila nada, sólo sudo, estoy ruborizada y la humedad se hace presente.

Claudio tiene toda la culpa de lo que en este preciso momento me pasa, Claudio y su voz me susurran que mi crimen es el rojo eterno, rojo enfermo, rojo muerto. Muerdo mis labios y no paro de tener recuerdos que vienen como flashes de tardes adolescentes en algún motel pituco de Santiago, de esos con el aire acondicionado bueno y con aromas ricos, se vienen a mi mente tardes con gritos agudos, sonidos guturales escapando de mi garganta y mis manos agarrándose fuertemente a las sábanas blancas de esa inmensa cama, tengo recuerdos de unos ojos furiosos mirándome, de una piel rosada que suda y está pegada a mi... Intento concentrarme en el informe que me pidieron hace media hora y no puedo, veo el espejo y el reflejo de su espalda, mis uñas enterrándose y dejando surcos rojos, se me acelera el corazón y recuerdo el dolor mezclado con el placer, revolcados en camas ajenas... Tengo el recuerdo de tardes infinitas junto a una piscina, los gritos placenteros se mezclan con la voz de Claudio saliendo de mis audífonos "ataqué como rey que asesina con gracia, no creí, no pensé como mi condición natural".

En 30 minutos más se termina mi horario laboral y yo quiero escaparme al polo norte quizás y mi memoria recuerda su carne en mis uñas, mis piernas abrazadas a su cintura y esas manos grandes sosteniendo mi cuerpo desde el culo que más tarde se partía humedamente. El calor en Santiago es terrible cuando traes recuerdos como estos en la mente, es insoportable cuando sabes que no existen cuerpos que encajen tan bien con el tuyo allá afuera, que esos placeres son la paga que el Universo de vez en cuando te da cuando hiciste buenas acciones. Sigo sudando y un compañero me pregunta si estoy bien, creo que me veo inquieta, digo que tengo calor, que me duele la cabeza, pero mi cara no es la de tener jaqueca, mi voz entrecortada tampoco. Creo que arreglaré mis cosas y pasaré los últimos 10 minutos de este viernes laboral en el baño de esta infernal oficina... El resto de la tarde puede que sea el casting para encontrar ese cuerpo grande y aplastante, ese resistente que me hacía disfrutar del calor en la ciudad con besos húmedos y mordiscos en los muslos, el casting para la barba que enronchará mis piernas, mi pecho, mi espalda... con orgasmos rojos y eternos que llevan al desmayo. Tardes como esta me recuerdan que existe algo más grande que el amor que te liga a las personas, algo más poderoso y que atropella a quien sea y eso se llama pasión, calentura pura y egoísta que no piensa en el bien del resto ni piensa en los daños que pueda causar, sólo piensa en saciar el deseo y en acallar las voces que susurran recuerdos lujuriosos. 


https://www.youtube.com/watch?v=zN0zdzkIasQ

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